Lo prohibido y lo permitido en las anáforas de Uvel

Lo prohibido y lo permitido en las anáforas de Uvel
Por María Eugenia Díaz de la Cruz
 
Según el diccionario Oxford, una anáfora puede ser, desde la concepción de la Gramática: lareferencia a un término o a una parte anterior del discurso. Los pronombres, los adverbios y los verbos son frecuentemente anáforas que evitan la repetición de las palabras ya dichas en un discurso”. Según cita la referencia.
 
          Desde la perspectiva de la Literatura, la anáfora es una figura retórica de construcción que consiste en la repetición de una o varias palabras al principio de una serie de versos u oraciones.
 
Y desde la Religión, la anáfora es una parte de la misa de la liturgia oriental que corresponde al prefacio y al canon de la liturgia romana.
 
Con este antecedente, y de manera prejuiciosa, comencé a leer el libro. Y lo primero con que me encontré fue una especie de crónica poética, un texto que fluctuaba entre la narrativa y la prosa poética con tintes biográficos, con datos reales (por ejemplo, se habla de Jiquipilas, de la Facultad de Humanidades en el quinto piso del edificio Maciel, del Sanatorio Rojas, de Quincho, de Marisa Trejo) brinquitos entre realidad y fantasía provocan morbosa curiosidad por delimitar donde termina una y comienza la otra. Dónde la autobiografía se despeña en el abismo de la ficción. Excelente treta del autor para atraparnos entre las páginas que avanzan contando historias de un poeta que va de la anécdota erótica a la didáctica literaria.
 
Uvel Vázquez aprovecha la historia que al principio parece ser lo protagónico para hacer sentencias de su pensar. Así habla de la inspiración, de la importancia y beneficio de los talleres literarios y aún más, Hace referencias bibliográficas proporcionando citas textuales de autores especialistas en Literatura, en Crítica literaria y en Lingüística como Ezra Pound, Octavio Paz, Roman Jakobson, Ferdinand de Saussure, y otros: “El taller es un acto creativo, es la resurrección de la imaginación; es también el terror de la corrección de una experiencia…”
 
De esa manera, su vocación didáctica aparece en diferentes momentos del texto: “El uso literario o estético del lenguaje tiene como propósito llamar la atención sobre el texto, convertirse en lenguaje opaco, ambiguo, connotativo”.
 
Pero hasta ahora ¿dónde están las anáforas y dónde está lo prohibido de ellas?
 
La respuesta está en esas dos voces, en ese doble discurso, el de lo referencial y lo metalingüístico. En la página 55 lo encontré: “He aquí que los convoco a luchar contra el aguacero. Es necesario que todos nos unamos en misma voz, armados de cólera. Es urgente que avancemos construyendo esta casa de palabras para correr a apartar a los corruptos y traidores de la patria. Nuestra casa está formada de adverbios, artículos, verbos, complementos, signos que son evocaciones, emociones que nos enuncias y nos llenan de virtudes”.
 
Las anáforas aparecieron por fin en la página 56: “Con el ojo golpeado. Con la sangre magullada. Con los pies ensangrentados. Con la ropa hedionda. Con esta piel de tierra que me envuelve con los colores de mi patria. Con el barco de mis huesos. Con esta piel tan golpeada que se alimenta con su mismo sudor. Con estos puños terrosos. Con la sangre golpeada, Con el valor acumulado, Con el hambre en cada poro”.
 
Y con ellas (las anáforas), llegó el verdadero propósito del autor: Prohibir el uso de la anáfora una vez que se le usó en exceso, una vez que se hizo el amor más de 70 veces como lo hizo Secundino Gregorio con la muerte o con la pléyade de amantes que el autor nos narra. He aquí el ejemplo cumbre: “El ojo golpeado. La sangre magullada, Los pies ensangrentados. La ropa hedionda. Esta piel de tierra…” de esta manera nos dice el autor, “Los contenidos del poema adquieren otra dimensión lógica al suprimir la preposición”.
 
En este punto es de llamar la atención el uso del número 7 y sus múltiplos: como número cabalístico o número mágico. Los siete olvidos, las siete mujeres desnudas que le cumplieron su último deseo a Secundino, etc. El significado bíblico de este número es determinante; siete días de la semana porque el mundo fue creado en siete días. Pero también otras culturas y figuras históricas lo retoman. Pitágoras por ejemplo, creía que era el número de la perfección, algunos otros escritores lo manejan en sus obras. Aquí se usa como signo hiperbólico desde una perspectiva semiótica.
 
Prohibidas anáforas es también una parábola. Basta observar cómo comienza la obra: “Escribo. No lo sé. Me gusta joder,/ esta puta / hoja de papel. Y también cómo termina: “Escribía sin pretender ser un escritor. Lo que necesitaba era liberarse de toda esa basura que llevaba dentro”. Esa es, no sólo una anáfora sino como dijéramos los periodistas: un escrito circular. Un cierre redondo. Con lo que se comienza, con eso se termina.
 
Por qué leer Prohibidas anáforas entonces. Por su intención didáctica, por su valor literario, por la historia adyacente, para descubrir cuáles serían las sentencias que mis amigas feministas criticarían, porque es una obra realmente interesante y porque hay muchas más prohibiciones y permisos qué descubrir en sus páginas.
 
Enhorabuena a mi querido amigo Uvel, por este nuevo hijo literario. 






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