El momento noir
El momento noir
Ney Antonio Salinas
La riqueza literaria
natural de Chiapas es la poesía; en ella expresa su esencia y se vale de sus
lenguajes, paisajes y voces para enunciar sus mundos y tonalidades. No en vano
los referentes que tenemos son dos gigantes: Jaime Sabines y Rosario
Castellanos. Pero también tenemos a Juan Bañuelos, Raúl Garduño, Óscar Oliva,
todos poetas. En esta senda caminan otros poetas con sus propias voces y sus
mundos muy bien trabajados y definidos: Chary Gumeta, Balam Rodrigo, César
Trujillo, René Morales Hernández, Santana García, Luís Daniel Pulido, Luis Enrike Moscoso, Fernando
Trejo, Rosy Vázquez Jiménez, Oshy Navarro, May Albores, y desde luego, la voz
que está caminando mucho y muy lejos, la joven poeta Mónica Zepeda. Me han de
faltar algunos nombres, lo acepto, no es dolo ni descuido; pero el punto es que
se trata de una gran generación de poetas.
Hemos
de reconocer que la narrativa ha escaseado en Chiapas, pero no por eso es
inexistente. Rosario Castellanos también escribió prosa, por lo que es el
referente más fuerte que se mueve en ambos lados de la palabra escrita. La mera
jefa en estas tierras. Asimismo, Eraclio Zepeda se podría decir que es el
referente más cercano a nosotros los narradores; hablamos de un narrador de una
obra extensa e importante, cuentista de primera línea; también un actor de gran
talento y carisma.
Desde Emilio Rabasa Estebanell, pasando por César Pineda del
Valle, llegando a Javier Espinosa Mandujano, Óscar Palacios, Luís Antonio
Rincón García hasta Nadia Villafuerte, Dámaris Disner, Mikel Ruiz, Ajedsus Balcázar Padilla
y Karla Gabriela Barajas, la narrativa chiapaneca presenta una evolución y una
consolidación. En tiempos más recientes, el narrador que está siendo punta de
lanza para la generación actual de narradores es Alejandro Aldana Sellschopp,
proponiendo nuevas formas, estructuras, temas y caminos por los que han de
transitar las letras chiapanecas del presente hacia el futuro cercano. Se ha
dicho en algunos espacios de difusión que en Chiapas por cada diez poetas
existe un narrador; es decir, que en proporción numérica somos menos; pero esto
no limita a una nueva generación de narradores que están surgiendo en la
actualidad y que están haciendo un gran trabajo, interesante y osado;
proponiendo los territorios por donde han de transitar las diferentes
expresiones de la palabra escrita en los géneros de novela, cuento, relato,
teatro, minificción.
No obstante, aunque existe una nueva generación de narradores
que están proponiendo estos nuevos caminos, el género de la novela no deja de
ser escaso. Pero dentro del género de la novela, la novela negra es aún más
escasa, por no decir (hasta hace unos dos años) inexistente. En este sentido,
tenemos un referente literario de primera mano; la novela “Aún corre sangre por las avenidas” de Héctor Cortés Mandujano,
merecedora del Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos en la
edición 2005.
Durante mucho tiempo se le ha considerado a la novela negra
como un subgénero. Desde su origen en Estados Unidos, con Carroll John Daly,
Dashiell Hammett y Raymond Chandler, donde se le nombró “Pulp”, por el tipo de
papel barato en el que eran impresas estas obras. Mismas que Raymond
Chandler las definió como “la novela del mundo profesional del crimen”. En
México al género se le conoció en un inicio como “novela policiaca”. Y
consistía en esencia, en resolver un crimen. También se enriquece de ambientes
sórdidos, penumbrosos, y cuyo protagonista normalmente es el tipo duro que se
encuentra en un estado de decadencia moral, que busca sanar sus propias heridas
a través de la búsqueda de la verdad. Es decir, se le conocía como la novela de
detectives.
Los espacios que había para publicar y difundir novela negra
han venido de menos a más en los últimos años. No olvidemos que en mucho el
arte funge como un espejo de la sociedad que lo genera; sólo en ese espejo
podemos asomarnos a contemplar la grandeza y la animalidad del género humano,
las dos caras de la moneda en un mundo en el que no se puede etiquetar nada
como negro o blanco. Es mucho más que eso, un entramado salvaje y confuso en
una sociedad basada en la imagen y no en la palabra. En este sentido, la novela
negra es la que mejor refleja este estado social y psicológico de las masas. Y
también existen autores –con y sin justa razón– que les incomoda este género
literario, expresan el argumento de que tenemos un mundo oscuro y violento, un
país violento y clasista, cuya sola realidad abruma y fastidia, como para
sumarle más mundo al caos, más leña al fuego. La novela negra es pues, la
bitácora de viaje de la sociedad hacia un futuro incierto en el que los
recursos naturales son más finitos cada vez, el agua potable es cada vez un
artículo de lujo, las superficies donde se producen alimentos se reducen y
empobrecen o contaminan, los jóvenes ya no están motivados para trabajar en el
campo, es decir, una nueva era donde el latifundio y las máquinas que tanto se
han vislumbrado desde la ciencia ficción, se hace cada vez más real y visceral.
En México este género arranca con la novela “El complot mongol” de Rafael Bernal. Y
ha tenido grandes autores en sus listas, desde un poco conocido Juan Hernández
Luna, que falleció muy joven, hasta el mismo Paco Ignacio Taibo II. O el fundador de la narco novela, Élmer Mendoza. Desde los
primeros modelos de escritura de la novela negra en la que el protagonista
resolvía, investigaba, usando la lógica y el instinto de un cazador, modelo
expuesto por Agatha Christie, hasta los actuales caminos que está transitando
este género se observan múltiples componentes que se han venido agregando,
desde la psicología del personaje, los ambientes sórdidos y en el caso muy
particular de Latinoamérica, el componente social y político. Puesto que la
violencia y el crimen en general, conectan siempre con el estado, ya sea por
ejecución u omisión; no se busca preservar el orden establecido como en las
obras de Arthur Conan Doyle, que busca preservar el orden monárquico y de una
paz que suena a final feliz; para ser más específico, en México, la novela
negra indaga, se basa en el instinto, la calle, el rumor de voces multiformes
de una ciudad del tercer mundo, muy lejos de esas series policiacas
norteamericanas donde todo se investiga en laboratorios forenses de alta
tecnología, donde la ley impera. Por lo tanto, la novela negra, en México se
fortalece cada vez más, como el espejo más nítido a donde un país puede
observar su rostro, con indiferencia y cierta mezquindad, un país donde el
crimen y la violencia son cotidianos y la ley, una lista de buenas intenciones
que no va más allá del papel en el que está impresa.
En Chiapas han aparecido cinco novelas fundamentales, (para
no sonar pretencioso y decir, fundacionales) del género negro, de cinco narradores que han venido construyendo su camino y han llegado a éste género
por medio de su experiencia de vida y de lectura, pero también como un pulso
social de lo que acontece en el doloroso sur de México. Estas novelas son:
Morir al sur, de Gabriel Velázquez Toledo; obra ganadora del
Premio Nacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca” 2020. (2020)
La ciudad me pudrió el alma, de Ornán Gómez. (2021)
Absurda noveleta negra, de Antonio Reyes Carrasco. (2021)
La ira de los murciélagos, de Mikel Ruiz. (2021)
Sino de Lestrigón, de Ney Antonio Salinas. (2021, 2022)
En
estas obras se observa algo que no se había observado antes: novelistas
chiapanecos, historias ambientadas en Chiapas, personajes chiapanecos, lenguaje
local que no está peleado con el lenguaje universal y asequible a todo lector
de cualquier latitud; es decir, se posiciona a Chiapas dentro de la geografía
literaria nacional. Historias donde se narra a partir de la Historia pero
también desde lo cotidiano, historias muy cercanas a la conciencia colectiva de
nuestro entorno. Porque en Chiapas también tenemos historias potentes qué
contar, pero se escriba lo que se escriba, la realidad siempre nos termina
dando una gran lección; el autor más mortífero, muchas veces es rebasado por lo
absurdo de una realidad tan cercana y muchas veces tan invisible.
Es
un buen comienzo, un gran arranque de la novela negra en Chiapas. Con una obra
premiada ya a nivel nacional, en un estado de la república donde éste género
está dando sus primeros pasos, resulta muy grato y enriquecedor. En este
sentido, se pueden pensar grandes proyectos que son realizables y que pudieran
apuntalar esfuerzos para hacer de la narrativa chiapaneca una fuerza innovadora
que ponga sobre la mesa los temas importantes: una escuela de escritores (como
el gran proyecto realizado por la maestra Maura Fazi Pastorino y el maestro
José Antonio Reyes Matamoros), una casa del escritor, campamentos literarios,
un diplomado anual que forme a las nuevas generaciones de narradores y poetas
de Chiapas, un fondo editorial destinado para publicar novela.
El
momento es estratégico para emprender grandes proyectos; los escritores
seguiremos escribiendo porque una vida no bastará para leer todo lo que
queremos leer, ni para escribir todo lo que queremos escribir; lo cierto es que
el momento noir, está ya aquí.
E’noir’abuena.
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Ney Antonio Salinas
Domínguez
Nacido el 13 de Agosto de 1979 en Tiltepec, Mpio.
Jiquipilas, Chiapas, México. Escribe cuento, relato, poesía y novela. Ha hecho
estudios en temas de medio ambiente y culturales en países como Canadá, E. U., Cuba,
España y Alemania. Ingeniero en planeación y manejo de recursos naturales, por
la Universidad Autónoma Chapingo. Autor del libro de relatos “El retorno y otras nocturnidades”
(Porrúa, 2013), y de las novelas “Sombras
de la avenida” (CONECULTA Chiapas, 2020) y “Sino de Lestrigón” (Valkiria Eos Editorial, 2021, 2022).






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