Escribir, mata.
Escribir, mata.
Por Ney Antonio Salinas
En alguna ocasión tuve
la oportunidad de coincidir con varios escritores en un evento literario
durante mi estancia en CDMX, y en la charla informal, tras bambalinas, ya
vacías las mesas de lectura, cena y copa de vino en mano, un poeta sentenciaba
que la escritura es una actividad de altísimo riesgo, por no decir, mortal. Y
sin más se concluyó que, especialmente en México, escribir mata.
Esto se decía en el contexto de que el autor difícilmente
puede vivir de su obra, es decir, del ejercicio de la escritura como ocupación
profesional. Que tendría que combinarla con dar conferencias, el mercadeo de
sus obras, la oferta de talleres de escritura creativa cuyo cupo siempre estará
más solitario que una calle a medianoche, entre otras actividades como lecturas
públicas, asistencia a ferias, con la esperanza de ser conocido, de echar a
rodar por el mundo su obra, y en fin, estar en la ruta del reconocimiento y la
fortuna.
Pero que, aun sumando todas estas actividades, el autor no
podrá consolidar un ingreso estable que le permita una cierta independencia
financiera, o por lo menos solventar las necesidades básicas. Y que esta penosa
situación aplica para casi todas las ramas del arte. Sumándole a esto la escasa
cultura lectora en nuestro país. Que en pocas palabras, la literatura no es una
actividad redituable. Que en sí es una actividad elitista, solamente para
personas con las necesidades básicas cubiertas, con un cierto status
socioeconómico que le permita no desviar su concentración del ejercicio de su
arte, con preocupaciones mundanas como pagar renta, transporte, comida, gastos
médicos. Y que del gremio literario los más valientes son los editores, porque
son los únicos que realmente arriesgan su capital y cuya inversión no asegura
una sana tasa de retorno que sea aceptable para no operar con números rojos. Y
que los autores de autopublicación, son mucho más osados, pues además de la
inversión, arriesgan su credibilidad, estabilidad emocional y en algunos casos,
su estabilidad psiquiátrica.
Entonces, ya a medios chiles el poeta sin soltar su copa de
vino bendecido por el mismo Baco, se trepó a una de las mesas e inquiría a
todos los escritores: —a ver cabrones, ¿a qué se dedican, qué actividad es la
que pone comida en sus mesas? Y las respuestas fueron saliendo entre risillas
nerviosas: maestro de preparatoria, periodista cultural, consultor ambiental,
mantenimiento de computadoras, vendedor en call
center, tengo una tiendita de abarrotes, tengo una fonda de comida económica,
soy estilista, funcionario de gobierno, médico, abogado, jubilado de CFE,
contador, etc. —En estas filas no hay uno sólo de los egresados de la carrera
de letras, solamente su servidor, dijo el poeta para sorber de golpe el
contenido de su copa. Remató diciendo, —y los escasos que logran el éxito, son
pésimos administradores, si no se asesoran de expertos o de alguien que cuide
sus logros, terminan en el punto donde empezaron, chupando de cantina en
cantina, rentando en un cuchitril, frustrados. Empecinarse en ese sueño, es
morir de hambre, de enfermedades prolongadas y dolorosas, es estar al límite.
¿Quién en sus cinco sentidos querrá dedicarse a escribir a lectores que no
existen? ¿Por eso todos ustedes se convierten en despiadados cazadores de becas
y premios, aparecer en una nota periodística, en una entrevista?
Esta escena me ha dado vueltas en los últimos días, al
interactuar con algunas personas ya mayores que les hubiera gustado mucho
escribir, publicar libros y ejercer el oficio, pero que la responsabilidad de
mantener una familia, la necesidad o los diferentes cauces por los que nos
lleva la vida, terminaron haciendo algo lejano a ese sueño, incluso en trabajos
que odiaban pero que tenían qué hacer para poner pan en la mesa.
Me lleva también a preguntarme, ¿por qué escribo? Y la
respuesta más clara que pude obtener de mi experiencia es que, escribo porque
me gusta hacerlo, porque es una necesidad personal, una urgencia arcana, un
deleite que no se puede explicar tan sencillamente, que me desvela, que me pone
al límite para pulir ideas, para captar e interpretar el mundo que me rodea y
que percibo para dejar una huella de ese reflejo interior en una construcción
sólida hecha con palabras. Y en éste momento de mi vida, creo sinceramente que
no podría llegar a una edad avanzada sin haber echado fuera de mi toda esa
palabra que me habita. Estaría incompleta mi experiencia de vida.
En mi caso, desde niño me han gustado los números, la
literatura clásica, la filosofía que viene de los griegos, lo que me condujo
bajo la disciplinada tutela de mi madre, al mundo de los números (física,
calculo integral, cálculo diferencial, álgebra lineal, geometría y
trigonometría, estadística, modelos matemáticos, etc.); quizá por esto me hice
ingeniero y son los números que me prodiga esta profesión lo que pone pan en mi
mesa y la de los míos. Y de mi padre me viene el profundo amor y respeto por
los libros, la Historia, la filosofía, la épica; por la palabra y su poder de
reconstruir mundos, pérdidas y ausencias, palabras que dan vida a mundos que me
habitan. Y es esto, lo que da sentido a mi vida, o más bien, algo que me hace
sentir que vale la pena este viaje.
Considero que muchos de los que escribimos estamos en paz con
esta cuestión; no se busca la fama ni la fortuna como único fin. Entendemos que
se hace por ser una actividad lúdica que permite una voz a nuestras vivencias y
experiencias de vida. Pero desde luego que si existen camaradas de tinta que sí
buscan ingresos y reconocimiento con su actividad; y considero que si la
calidad de su trabajo lo amerita es válido. Pero como lo señalaba ese poeta en
dicha reunión, se debe contar con un plan que respalde esa actividad, una
actividad que asegure cubrir las necesidades básicas, de lo contrario, su sentencia
se hace cruelmente real; escribir, mata.
Ojo, que no podemos romantizar la idea de escribir, con la
figura del poeta, como un ser fuera de éste mundo (su condición humana, hace
verosímil su arte) metido en su mundo del que nos trae palabras que ha
descifrado desde los confines del universo que como simples mortales no vemos.
Somos personas con necesidades y sueños, metas y asimismo con luces y sombras
que van dando forma al legado que cada artista dejará un día.
Cada quien tendrá sus razones para escribir, pero lo cierto
es que es una necesidad de nuestra condición humana interpretar el mundo, desde
las primeras pinturas rupestres, observamos esta necesidad del hombre de dejar
constancia del mundo que vive, su tiempo y sus obsesiones, su entorno, su
pensamiento. A diferencia que el escritor lo hace con las palabras, aquellos
hombres tuvieron que desarrollar su propio lenguaje para la comunicación entre
sus iguales, pero también con nosotros a través de un diálogo que perdura en el
tiempo que siempre nos supera en nuestra frágil condición humana,
La anécdota del poeta borracho, mucho tiempo después lo supe,
era formular un reclamo formal y público a un funcionario de gobierno que
estaba presente; éste había movido sus influencias para no otorgarle una beca
de creación literaria. El poeta ya no alcanzó a formular su reclamo, porque al
caer quedó muy mal que tuvieron que llamar a los servicios de asistencia.
En mi caso, escribir, salva e ilumina mi camino; aunque como
digan los estupendos, escribir no es negocio, escribir mata de hambre.
Escribir, no debiera suponer ninguna carnicería ni ruindad ni
egos exacerbados de ningún tipo.

Muy buen análisis, nos llevas a una buena reflexión sobre lo que es escribir y la realidad existencial del escritor
ResponderEliminarEs la realidad está publicación, debería tener un valor muy alto las palabras y la sabiduría solo llega a travez de la palabra 🙏
ResponderEliminarEs muy real y triste este asunto. Aún los que tienen un buen nivel económico deben tener quien los respalde o financíe para dedicarse a escribir. A como están las cosas en México, es por default contar con una actividad que produzca el pan sobre la mesa. Tenemos la pésima costumbre de comer. Además de los estereotipos que existen del escritor, que son vagos, flojos, bolos o mariguanos o ambos, gente floja sin responsabilidades. Sin mebargo los escritores con menos recursos para sobrevivir son los que han mantenido a flote el buque de la literatura: Bolaño rayando en la indigencia, Bukowski viviendo en cuchitriles todo el tiempo, Balzac siempre corriendo de sus acreedores, García Márquez empeñando hasta la estufa para poder comer mientras escribía 100 años de soledad. Excelente texto.
ResponderEliminarDefinitivamente leer un buen texto nos hace seres humanos más atentos a la comunicación, herramienta para la creación e imaginación.
ResponderEliminarImpecable relato sobre la poca valoración artística, y por supuesto, lo difícil que es vivir del oficio. Pero Escribir también salva. ¿No? Al menos no moriremos en una silla eléctrica intelectual jajaja,
ResponderEliminar