Un blues para Nina
Un blues para Nina
Ney Antonio Salinas
a).-
Me lo decías
tantas veces que terminé por creerlo. Más bien por cerciorarme. –El mundo es un
lugar peligroso para la vida y para el amor–, lo dijiste esa primera vez de
muchas más, tan segura, tan ecuánime, tan trágica, como una pausa en el tiempo
que llenaste con esas palabras, una pausa que se impuso al rumor del oleaje que
llegaba a nuestros pies descalzos, esa noche precisa, esa noche exacta de
nuestras vidas. Y no supe qué decir. Ya bien sabes que soy torpe con las
palabras. Y más cuando deben acudir a enriquecer mi modesto lenguaje; y no
acuden. Y mucho más cuando estoy contigo. Quiero decir, que tu belleza me
intimida. Quiero decir, que me maravilla el hecho de que la vida, los genes, la
naturaleza, Dios o quien sea responsable haya acumulado tanta belleza en una
sola mujer. Y me pierdo en tus ojos, amordazo mi silencio ante tu voz, me
enloquece tu aroma, me mata tu tacto. Me pierdo.
1
La noche nunca
será un lugar común. Tú te enseñoreas de mi noche. Y mi noche es un blues al
final de mi calle. La herida abierta, el vino en la botella, mi pluma sin tinta,
tu ombligo en mi lengua; éste dolor no cesa jamás. Sombra toda ya tu presencia
en el cuaderno de mis memorias. Mi ciudad anochecida cabe en la palma de mi
mano. Mis dedos entre tus dorados cabellos. Hay una ciudad en tus ojos,
inacabable. La vida que transcurre en una habitación de hotel barato; una
habitación neblinosa por el humo del tabaco.
b).-
Pensándolo bien,
nunca caminamos de la mano por las calles de la ciudad. Pensándolo bien, todo
se limitó al encuentro furtivo, clandestino, al verso amargo que sabe a vino y
tabaco rancio. Y todo mundo se preguntaría si cómo le haría el ‘fiero’ ése;
tenías razón. Era mejor evitar fastidios innecesarios. Ahora lo entiendo bien.
Y no estoy molesto contigo, ni con la vida, ni con las circunstancias. Quizá
con el tiempo sí. Tiempo de borrasca. Tiempo de naufragio. Tiempo irrepetible.
Ante el espejo y ante las miradas en la calle sería notoria la diferencia de
edad. De clase. Me dormía agotado, inquebrantable cosechador de tus orgasmos,
prestidigitador de tus demonios, mendigo de tu amor. Me despertaba pensando en
que ese maremoto de delicia bien valía la pena esta miseria, esta soledad interminable.
Mi vida se fue despoblando. Terreno baldío de mis días.
2
Clareaba en una
mañana de niebla. La alberca vacía de agua. Las hojas secas cubrían tus pasos.
Y la música en tu cabeza hizo nacer la danza en tu cuerpo. Sudadera gris, tanga
celeste, desnudas tus piernas en el aire, tus pies acariciados por el mosaico
italiano y tu mirada plena de un elixir extraño. El viento helado escribía en
tu piel con su tinta rosácea. Tus ojos verdes se abrían a más no poder para
tragarse el cielo. Para devorar mi vida entera. Ése día, cinco botellas de vino
tinto vacías de vid, llenas de luz del sol bajo el que te fuiste. Tres meses
aciagos.
c).-
Tengo en el
recuerdo nítido el rostro de tus tres hijos, la sonrisa de él y el abrazo que
le prodigabas, a la familia, a la vida, en ese mundo contenido por una
fotografía borrosa. El recorte de periódico en el que se daba la noticia de un
accidente automovilístico. Y recuerdo tus palabras, cuando dijiste que todos
esperaban que te volvieras loca, pero optaste por escribir poesía. Vino tinto,
la lluvia de tus días. Siempre apareces en el recuerdo rodeada de un halo
neblinoso de humo de tabaco. Y también de libros. Y también de delicia. Esa
delicia que no desaparecía nunca de ti, incluso esa noche que volví a la ciudad
y subí a tu departamento y entré con mi propia llave, y hacías el amor con ese
tipo gordo y horrible, y al verme no dijiste nada, ni siquiera te detuviste, ni
lo detuviste a él; me miraste y tu lengua metálica me incitaba a unirme. Y
quizá mi estupidez o mi desgracia o ambas me lo impidieron. Me instalé en la
cocina y abrí la enésima botella de vino. Fumé en silencio. Lloré a mares
incluso cuando tus orgasmos eran cosechados por ése espejismo de hombre y tus
gemidos eran aún más deliciosos en cada embate de su aparatosa humanidad contra
el mar abierto de tus piernas minotaúricas. Yo no dije nada, pero el tipo salió
corriendo cuando se percató del humo de mis cigarros, mi tranquilidad ante mi
copa, mis silencios ante mi revólver Korth Combat 0.357 Magnum (una verdadera
antigüedad de alta gama, manufacturada artesanalmente en Alemania), mi soledad
ante esa mesa cubierta de retratos tuyos, postales de viaje, antiguas cartas de
un siglo remoto y atravesada de líneas blancas, rastros del maremoto dentro de
ti y de mí.
3
En los días
nublados se cuenta tu historia y las palabras discurren de la luz profunda a la
oscuridad del sueño. Despierto a deshora, afuera llueve. El frío de la
madrugada cala hondo. Me queda la sensación del maremoto. Una batalla épica de
la que sólo me quedan destellos. Las fuerzas del viento se adueñan de mi
habitación, de mis papeles y mis cuadernos. Pero no se llevan tu ausencia ni tu
voz de sirena resonando en las paredes de mi memoria. Es necesario atarme a mil
mástiles anclados al cielo. –El mundo es un lugar peligroso para la vida y para
el amor– Tuve mis arcas llenas. Momentos de paz y de silencio que fueron mi
fortuna. Cierro la ventana y compruebo la permanencia de la soledad.
d).-
Tú llegaste por la
poesía. Yo llegué por las palabras que no había podido decir, pronunciar o
escribir con anterioridad, por mi torpeza, por mi inexperiencia, por mi
acumulación de silencios y oquedades; confirmé entonces la teoría de los seres
incompletos, y tú me confirmaste la teoría de los seres deformados por la
pasión. Enarbolamos juntos la bandera de un país forjado entre papeles y tinta.
Con colegas que nos hicieron creíble el sueño. Con un maestro, que no era más
que el coordinador del taller literario; esa cabeza de playa que ganamos con
sangre, fuego y metal, en ese día “D” de nuestras vidas. Entonces yo no sabía
que podía matar por un beso tuyo; literal y literariamente hablando. Fue
entonces cuando me fui percatando de mi vida; vida de perro callejero. Veo tus
ojos y me pierdo.
4
Bajo el sol de
invierno te fuiste. Y yo no podía hablar. Había un dolor tan grande que
consumía todas mis fuerzas. Me nublaba la visión. Y el mundo era una pantalla
en blanco y negro en mi cabeza, una secuencia fílmica en mudo, un clavo de
cristal incrustado en mi pecho. Inicié pues, el retorno de la cordura a la
locura entre estas cuatro paredes de motel barato.
NOTA: Este texto fue publicado en Julio de 2020 en la Antología "Tintura Húmeda" de Ediciones Ave Azul, dedicada a la literatura erótica, y disponible en el sitio web: http://aveazul.com.mx/aveazullibros.html
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