La tetralogía del rapsoda
La tetralogía
del rapsoda
Por Ney Antonio
Salinas
Cuando empecé a
escribir quería ser poeta. Llenaba dos o tres cuadernos por semana con mis
versos, terminaba mis bolígrafos en menos de una semana. En verdad buscaba la poesía
como agua en el desierto, a toda hora, en clases, en el descanso, en el
trabajo, en la biblioteca, en el comedor, en los largos pasillos por los que
vagabundeaba de noche, bajo las sombras infinitas de los gigantes árboles
centenarios de la Universidad Autónoma Chapingo, mi alma mater.
Busqué la poesía hasta por debajo de las
piedras. Amaba y amo profundamente a la poesía. Y en esa búsqueda me perdí
entre pilas enormes de libros, amontonamientos de cuadernos repletos de esta
palabra que me habita, y nada bastó. En ese periplo la banda sonora de mi vida
estaba repleta de rock, blues y jazz. Aprendí a caminar leyendo; es decir,
caminando despacio, tanteando el terreno con el pie para no caer, para no
hundirme en un bache, un leve hundimiento del terreno, o evitar un muy probable
tropezón que pudiera hacerme terminar en una camilla de hospital. Caminaba
despacio, porque iba leyendo, libro en mano, corazón ardiendo y la mente
incendiada.
Cuando vuelvo a esos días en la nave de la
memoria es inevitable la nostalgia. Jamás renegaré de mi formación como
ingeniero ni de mi maravillosa alma mater, pero algo faltaba en mi vida. Ese
algo que solamente en la poesía encontraba. Ese algo que sólo en los libros
obtenía. De fondo, en mi memoria suena una tocada de blues. “Los Rústicos” se
hacían llamar la banda que tocaba rock, blues y ska y que nos alegraba la vida
de cuando en cuando con su música en el Departamento de Agroecología de la
universidad. Pero esas nostalgias dan para otro libro.
Leía todo lo que caía en mis manos, desde
la obra completa de Herman Hesse, hasta filosofía antigua y moderna, luego la
obra completa de Poe y Lovecraft, algunas novelas de Raymond Chandler y
Patricia Highsmith, la Divina Comedia, libro del que nos había hablado mi
maestro de español en sexto grado de primaria y del que estaba (y estoy)
fascinado, y que desde esos ayeres quería engullir, y fue hasta ese verano de
1997 en que pude adquirir dicho sueño. Villaurrutia me ha conmovido desde
siempre. Elías Nandino, Max Rojas, León Felipe, Nicolás Guillén, el
interminable Carlos Fuentes. La lista es infinita y variada.
Empecé a asistir al taller de creación
literaria de la universidad que dirigía la maestra Rosa Ivette Tapia Silva, y
allí fue la puerta de entrada, pero también el punto de no retorno. Escribir,
de manera un poco más profesional inició allí como una obsesión, una pasión de
aliento inagotable. Escribir con disciplina, con profundo amor al oficio. Escribir,
como una forma elegante para no acudir al psiquiatra.
Me inicié publicando poesía en la Revista
Literaria Salamandra, vehículo editorial por el que los talleristas y autores
consagrados nos reuníamos para que nuestros textos caminaran. Escribí cinco
libros de poemas, de más de 200 páginas cada uno. Pero al sentir que algo les
faltaba, en una noche de arrebato, en la terraza de la 5ta Compañía (recordemos
que la universidad en tiempos anteriores había sido militarizada y pervivían
algunos términos militares) los incineré sin ninguna compasión, más bien con
furia. Luego sobrevino una tristeza. Al correr de los años comprendí que no
debía haberlo hecho. Pero lo hecho, hecho está.
Uno de los poderes más grandes de la
palabra es la reconstrucción de mundos; y de alguna manera he podido
reconstruir algunas edificaciones de palabras que aquella noche ardieron
mientras los veía derrumbarse tras el cristal de mis lágrimas. Yo quería ser
poeta.
Los años fueron pasando y fue ahora la
lectura la que me salvó en muchas noches de mi vida. Me gradué, me introduje al
mundo laboral sin dejar de escribir. Luego de dos años, en el 2003 se me brindó
la oportunidad de volver a mi tierra a trabajar y así lo hice. Para entonces mi
experiencia de lectura me fue llevando sin percatarme de la poesía a la
narrativa. Quizá porque para poder expresar la palabra que me habita precisaba
de más palabras, de más noches, de más hojas blancas donde dejar constancia de
mis insomnios crónicos, de mis vagabundeos nocturnos. Ese año descubrí que estaba
ya escribiendo la que sería mi primera novela publicada, Sombras de la avenida.
En esa etapa de mi vida viví en San
Cristóbal de Las Casas, y a contracorriente, a deshoras, en esas noches
interminables de insomnio perfilé lo que serían un total de cinco novelas y un
libro de cuentos; el libro de cuentos apareció publicado en el 2013 y
distribuido por Porrúa con el título “El
retorno y otras nocturnidades”.
Las circunstancias me hicieron moverme a
Tuxtla Gutiérrez, la capital; con gran dolor en mi corazón tuve que abandonar
San Cristóbal de Las Casas; pero al final, canalicé mi tristeza hacia la
escritura nuevamente, a escribir novela de manera obsesiva y nocturna. Es así
como Tuxtla me devoró y no fue sencillo. La urgencia de escribir no era mermada
para nada por el cansancio y las largas jornadas de trabajo en la oficina que
se me había asignado trabajando con modelos matemáticos, imágenes de satélite,
sistema de información geográfica; un trabajo apasionante que demandaba un gran
desgaste físico e intelectual. Pero pude sobrevivir gracias a la escritura.
Es así que inicié a escribir lo que he
denominado la “Tetralogía del rapsoda”
conformada por las novelas:
1. Sombras de la
avenida. CONECULTA Chiapas, 2020.
2. Sino de
Lestrigón. Valkiria Eos Editorial, 2021.
3. La noche de los
gigantes. Inédito.
4. La esquina sur.
Inédito.
En
este momento se encuentran publicadas las dos primeras novelas de dicha
tetralogía. En cada novela está Tuxtla como escenario, pero también la música,
el rock, el blues, el jazz y el hip hop. La poesía ocupa un lugar preponderante
en cada una. En estas obras trato de plasmar mi relación con la ciudad, y lo
que viví, olí, comí, escuché y sentí en una urbe bastante crecida que es muy
capaz de brindar anonimato a cada sombra que camina por su avenida principal en
busca de su destino.
Hay más de
cincuenta novelas en mi cabeza en estos momentos aún por escribir. Ni mil
barriles de tinta bastaran para vaciar la palabra que me habita. Pero en el
fondo de mi nostalgia siempre estará la demente idea de escribir poesía.
Actualmente
en Chiapas hay un fuerte movimiento poético y también hemos tenido a grandes
como Sabines, Garduño, la misma Rosario Castellanos, Juan Bañuelos y la lista
es larga e interminable. Balam Rodrigo es un gigante referente de la poesía
chiapaneca actual, como lo son Karla Barajas y Alejandro Aldana Sellschopp en
la narrativa o Damaris Disner en el teatro. Mónica Zepeda escribe una poesía
tan profunda y conmovedora, de imágenes claras, pero con las palabras precisas
que conmueven al lector sensible, y es una de las voces poéticas más nítidas y
honestas de nuestras letras nacionales.
Lo
cierto es que mi amor por la palabra nació en la niñez, cuando escuchaba a los
viejos reconstruir tiempos y pérdidas, lugares y asombros; cuando veía a mi
padre limpiar y acomodar sus libros con una devoción y amor tales que me
impactaron a mis cuatro años, y desde ahí me preguntaba qué habría en aquellos
libros para que fueran tan importantes para él. Por mi madre accedí al mundo
infinito y maravilloso de los números. Pero descomponiendo algunos versos de la
gran Mónica Zepeda, de su libro “Las arrugas
de mi infancia” puedo afirmar, que “fui ese niño, al que se le cortó el
verso de tajo y se le impuso el renglón corrido, para cantar al cosmos sus
soledades narrativas”.
Mi
experiencia de lectura y los golpes de la vida me han llevado a entender que mi
territorio de batalla es la novela. Es así, que a estas altas horas de una
noche fría, escribo esto y simultáneamente escribo una novela endemoniada de
más de 600 páginas. Una prosa selvática de la que no sé a dónde me va a
conducir.
Vuelvo
a esos años en Chapingo, y el sueño de poeta se hace creíble. El verdadero
poeta lo soporta todo, eso dijo Roberto Bolaño. Una razón más para seguir noche
adentro escribiendo esta novela de la que ya habrá noticias pronto.
Así
que a darle.
Me encanta que puedas escribir con tanta humildad tus pasos por el mundo literario, sin olvidar tu profesión y sin falsa modestia.
ResponderEliminarAgradezco mucho tu lectura y tus amables palabras.
Eliminar¡Eso chingao! Es usted un MAESTRO de la literatura chiapaneca, muy pronto muchas más personas tendrán la oportunidad de leerlo para así comprobarlo. Espero con ansias las dos novelas que están por salir y todas las que faltan.
ResponderEliminar¡A darle!
Agradezco mucho sus palabras Tío Maldo; nada de eso, nomas un humilde artesano de la palabra.
EliminarFELICIDADES NEY ANTONIO SALINAS, HOY EN DIAS TAN DIFICIL PARA LA LITERATURA Y EN MUNDO QUE PASA POR SUS EVOLUCIONES, ÉXITO Y BENDICIONES Y ÉXITO EN TODO LO QUE HAGAS.
ResponderEliminarQUE EL ALTÍSIMO SIEMPRE ESTE ACOMPAÑANDOTE EN TU VIDA DE ÉXITOS Y EN TODO...
Muchas gracias hermano. Te mando un gran abrazo.
EliminarMi estimado colega y paisano, es un orgullo en verdad tener como amigo a tan humilde y distinguida persona, sin duda alguna estaremos pendientes de tus nuevos éxitos literarios, en hora buena, un fuerte abrazo, y si esos mil barriles de tinta se llegarán a terminar consigues más para seguir compartiendo con todos nosotros todo ese acervo cultural, poniendo el alto a Chiapas, Chapingo y Tiltepec
ResponderEliminarMuchas gracias colega. Te mando un gran abrazo.
EliminarSaludos , es muy grato y placentero leerte, aludiendo a los años chapingueros. YM
ResponderEliminarAún me parece escuchar esos acordes de blues. Muchas gracias por tu lectura. Fuerte abrazo.
EliminarTu forma de entender el mundo es a través de la escritura y es loable que hayas aceptado el reto de vivir con ello.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y tus palabras. Recibe un abrazo sincero, querida escritora.
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