¿Cómo se dice adiós en alemán?
¿CÓMO SE DICE ADIÓS EN ALEMÁN?*
I
II
Escucho
tus pasos escalera abajo, dragona. Cierro los ojos y te veo desnuda, acurrucada
en las aguas del río, en medio de la selva, en calidad de piedra antigua, de
tezontle y obsidiana dorada; tú, nadando en el río; tu piel atesoraba el tono
de la blanquísima arena. Tú, caminando hacia a mí al tiempo que te filmaba; tu
desnudez resplandecía en la espesura; tu sonrisa revelaba mucho de lo que yo
anhelé y no sabría explicar ahora, pero en ese momento era para mí lo más
cercano a la felicidad. Tu cabeza venía coronada de flores silvestres. Luego,
te veo corriendo por la senda que lleva al fin del mundo, entre árboles y
monstruos mitológicos que nos hemos inventado para esta tarde que permanecerá
por muchas tardes venideras de nostalgia en que conmemoraré nuestra batalla,
nuestra derrota; antes de tu partida, dragona. Cierro los ojos y te veo
subiendo hacia la Tumba de Pakal, invocando a Eolos en Tulum frente al Mar
Caribe, gritando eufórica en un partido de pelota en Chichén Itzá, bajando a un
cenote en Dzibilchaltún, desnuda y encantadora, con tu cámara tomando fotos de
nosotros dos en el agua, en el lecho rocoso, caminando entre la espesura o
haciendo el amor a toda hora en nuestra cama, o de mí tomando vino del cuenco
hermoso de tu ombligo con mi lengua, o escribiendo algunas líneas en esas hojas
que hoy concurren a nuestra historia. Y también permanece la imagen de tu
rostro en pleno gesto de delicia y orgasmo. Así, confirmo el recuerdo, siempre
en gerundio, como una secuencia fílmica desarrollada todo el tiempo en un
imperfecto presente en la pantalla de mi memoria. Cierro los ojos y ahí estás,
dragona.
III
Escucho
tus pasos escalera abajo, dragona. Por la ventana abierta llega a mí la voz
callada y dulce de esta ciudad fría. Mi piel ha empezado a ceder a la distancia
de tu cuerpo y de tu aliento. Hay un eco total en esta habitación del Hotel
Santa Clara, frente a la plaza central, donde decidimos esta batalla final.
Donde confirmamos la derrota que me perseguirá por mucho tiempo. Temo ya a esas
tardes y mi encuentro inevitable con las puestas de sol, a mis noches
solitarias en las que todo ruido es presagio y amenaza y en las que el silencio
se adueña de todo. Temo todo lo que sigue, dragona. Soy un náufrago penitente
en la inmensidad de esta cama. Me aferro desde esta tarde a un momento
anterior, a una botella vacía de vino en la que pretendo meter mi aliento y sé
que esta noche no será fácil. Las blancas hojas que llenamos con dibujos,
poemas, pensamientos, estrofas que recordamos cada uno desde la niñez o
canciones, o nombres de autores y libros que debemos leer; todo, ha cedido
nuevamente al tacto del viento. Esa pila de hojas sale volando por toda la
habitación. Pero sé que no hemos perdido las palabras de este episodio de
nuestras vidas, no. Imagino que son gaviotas remontando el vuelo hacia el
recuerdo con nuestros destinos escritos en sus alas. Te vas y pienso, ¿así es
el dolor, dragona?
IV
Hubo
una última fuerza, un aliento supuestamente ausente que me impulsó a levantarme
de la cama, dragona. Había algo de victoria en ese último impulso. Quería verte
para retener en la memoria una imagen contundente de tu partida. Para no
pretender que todo esto fue un sueño. O un leve tránsito por el país del
ensueño. No. Sabía que las noches venideras estarías presente de múltiples
formas en mis sentidos y en esta evocación que me aflige. Y me urgía ese
instinto de tragedia a tener esa imagen tuya iniciando la partida definitiva
hacia el recuerdo. Me asomé y te vi subir al taxi junto con tus compañeros de
viaje. Vestías pants negro y sudadera blanca, con líneas discretas de los
colores de la bandera de tu país. Tu cabello recogido en cola de caballo
refulgía con el sol de San Cristóbal de Las Casas. Y cuando había tomado
posesión del marco de la ventana, –el púlpito desde el que celebraría la
bitácora de mi desolación, la proa del barco desde el que me adentraría mar
adentro– pasó. Me miraste. Tras tus gafas oscuras adiviné mi sentencia. Fuiste
al maletero del vehículo y metiste tu mochila de alpinista. Volviste a mirar
hacia la ventana a donde concurría mi herida. Descubriste para mí tanto cielo y
tanto mar concentrados en tus ojos. Y toda esa grandeza era para mí, en el
preciso segundo en que mis ojos negros correspondían con el oleaje de un caudal
salobre e inevitable. Recuerdo tu gesto de fortaleza. Eras una diosa germánica
reclamando su culto y su altar. Me miraste más con extrañeza que con
sentimiento. Cubriste de nuevo tus ojos y subiste. Todo estaba dicho. Era
entonces, el primer instante de la mala hora, dragona.
V
El
auto arrancó y fue girando alrededor de la plaza principal, pasó por Los
Portales, giró a la izquierda para pasar junto a la Catedral y desapareció tras
el edificio neoclásico del ayuntamiento. Ibas al aeropuerto, dijiste. Pero yo
sé que te dirigías a la nostalgia. Te fuiste. Quedó un silencio omnipresente.
Había música en la calle, cantos de pájaros en los árboles del parque, niños
jugando y gritando a un lado del kiosco… Ninguno de esos sonidos llegó a mí.
Cerré los ojos e intenté volver a la cama. El piso estaba cubierto con nuestra
historia. Las gaviotas habían perdido altura y vuelo. Cientos de hojas a mis
pies confirmaban la losa sobre mi corazón. Recogí una al azar; en ella habías
dibujado mi rostro a lápiz y lo habías firmado con dos líneas de exquisita
caligrafía:
Ich werde an Sie denken.
Ihr Mädchen Drachen. Sieglinde.[1]
VI
Desde
entonces pensaré mucho en ese día, cuando perdimos todo ante la nostalgia. Ese
deseo soterrado de volver algunos pasos en el camino. Saberse indefenso ante la
contundencia de tu partida. Pero con la certeza de que el reencuentro sería un
acto imposible de negación y de ingenuidad. De una esperanza bella, creíble e
indefectible. –No volveré en mucho tiempo, tampoco puedes ir a mí…–, dijiste.
Pensaré en ese día más que en cualquier otro. Porque lo imposible parecía ser
posible un segundo antes de tener esa certeza, al mismo tiempo que en calidad
de prisionero de tus piernas, tu fuego y tu orgasmo se adueñaban de mis
sentidos, de mis latidos y de todo lo que había quedado de mis múltiples
naufragios. Incendiabas no sólo mi mundo, también el preciso momento en que me
reconocí en tus ojos y ambos supimos que el amor era una proeza posible, una
onomatopeya de nuestras voces y palabras poseídas de clímax, un poema en fugaz
construcción que perdurará. Y cuando vuelvo a esta ciudad, mi reloj interior se
detiene, mucho de mí busca recuperar los sentidos en fuga hacia algún lugar
hermanado al sueño y al recuerdo; –hay veces que los mortales buscamos un taxi,
le hacemos la parada y le urgimos al conductor llevarnos directo a algún
paraíso, en calidad de inaplazable, porque la deshora en que la ausencia duele,
a veces coincide con la mayor lucidez emanada de la noche o del silencio…– pero
luego padezco borrasca, pérdida y destierro porque no sé indicarle al taxista
el lugar donde tú estás, dragona.
[1] N. del A.:
Pensaré en ti. Tu chica dragón. Sieglinde.
NOTA: Éste texto forma
parte del volumen titulado “El retorno y
otras nocturnidades” publicado en 2013 y distribuido por Porrúa.

Comentarios
Publicar un comentario