Te agradezco, poeta.
Te agradezco, poeta.
Ney Antonio Salinas
Para Mónica Zepeda
Te pregunto,
poeta:
¿a dónde van las
palabras que no hemos dicho,
en qué bitácora se
registran los sueños que hemos soñado,
y los sueños que
hemos olvidado,
en qué sol las
mañanas que no llegan jamás,
en qué tarde el
café pendiente que nunca fue,
la palabra que
sana,
a dónde van las
personas que no veremos jamás,
las personas que
solamente vimos una vez en la vida
y que su recuerdo
permanece y arde,
a dónde se eleva
el torbellino de palabras
que asalta nuestra
soledad?
Te agradezco,
poeta:
por el espejo que
has construido con palabras,
un pedazo de cielo
borrascoso
que se despliega
en una cuartilla y media;
mientras que yo,
en mi condición de
humilde artesano de la palabra
pude escribir en
ciento cincuenta y una.
Por tu poesía,
que abre el camino
y la luz
sobre la avenida
donde transitamos
en condición de
sombras, recuerdos y caminantes.
Te platico, poeta:
que desando
caminos y ciudades
con el mismo dolor
de siempre;
la omnipresencia
de la injusticia,
la traición de la
luz
que debiera
erigirnos sobre los escombros
que nos circundan;
el sacrificio de
los animales
y la indolencia
del verdugo sapiente.
Los libros
quemados.
La niñez
abandonada.
Las deshoras en
vilo y en vela.
Observo las
soledades hasta henchirse en ciudad.
Luego me da por
llorar.
A veces por
escribir
hasta vaciar de
tinta mis barriles
con los que
sobreviví a este naufragio.
No me pidas
cordura, poeta.
Soy un ser
deformado por la pasión.
Un ente que no
sabría nombrar ante el abismo.
El niño que se
aparta de los juegos
para buscar el
árbol y su sombra
y poder leer;
tú que construyes
cimientos sólidos
con tus palabras
sobre todos los abismos
has de entenderme.
Tú que descifraste
esas arrugas en el rostro de mi niñez,
has de pre/sentir
mi alma de viejo borracho y desesperanzado
y mi corazón de
niño
que busca sus
ayeres en la entraña de un libro.
¿Qué te digo,
poeta?
Se trata de
sobrevivir un día más;
de atravesar
furtivo y contumaz
entre las
soledades y las ciudades,
entre las palabras
de un lenguaje indómito
y las noches en
que se reconcentra el silencio;
ciudades del fin
del mundo,
humanidades de
siempre:
con su tiempo primitivo
trabado
como un beat que se repite
bla, bla, bla,
bang, bang, bang,
constante, hasta
enloquecer;
una letanía
recitada en voz de cualquier teporocho
en las esquinas de
los barrios y en los funerales
hasta conformar un
orfeón cotidiano,
autodesterrados de
Esparta y Atenas,
de museos y
bibliotecas por alguna pandemia,
por enferma
voluntad de contemplar el abismo
dentro de una
pantalla
que nada dice y
que no admite respuesta.
Entonces recorren
el lenguaje
esquivando las
palabras que atentan
contra las
comodidades y la paz forzada
de las
generaciones:
épica, honor,
integridad, trabajo, lealtad, ideal.
Se trata de
echarse a los caminos
y fracasar en cada
intento de volver,
olvidar el punto
de partida
y el punto de
llegada,
permanecer en la
jornada.
NOTA: Éste poema forma parte de un poemario titulado "Notas del caminante" (Inédito).

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