Mara, regresa

Mara, regresa

Ney Antonio Salinas

 

–Oí vos chulita, tenés nombre de esa pandilla salvadoreña fiera…– –No tía, fue mi papá que no se puso al tiro cuando me fue a apuntar al chingado registro civil; una secretaria pendeja en vez de escribir María, puso Mara, la máquina de escribir se trabó o algo así, o los dedos enteleridos de la vieja esa empujaron al mismo tiempo las teclas, y la “i” se encimó a la “r” y el carro no corrió; entonces así fue como se jodió la cosa– No sé si por chingar o porque realmente le preocupaba, pero siempre era la misma cosa que me repetía mi tía Angustias. Lo triste es que desde que se le empezó a botar la canica (pobrecita) dice cada cosa. –Oí vos chulita, ¿será que los palos de jocote tienen nuca?, decime pué, no seas taleguita de chucho–

            A mi tía me la trajeron hace ya más de cinco años; es la hermana mayor de mi apá. Sus cabrones nietos, quezque unos se iban pal norte, otros que les ofrecieron chamba en Cancún o en Vallarta, los hijos, en el vicio o simplemente se fueron sin acordarse de que tuvieron madre en la vida; la cosa es que no se podían hacer cargo de la ruquis. Y se les hizo muy cómodo encargármela según por unos “diyitas” porque luego que se colocaran enviarían por ella. Hasta hoy día no supe más de ellos. Y mi tía me fue tomando cariño, muy a su manera, porque igual tuvo sus días de tirria hacía mi madre, luego hacia mí. Pero la vida da vueltas, y a quien tanto odió en sus cinco sentidos, hoy, en la oscuridad de sus días, es quien la provee, alimenta y limpia. –¡Si serás inocente chula, pendeja se hace la vieja esa!–, me dicen las canijas vecinas.

            Y le platico algunas de mis cosas a mi pobre tía, pero es como si hablara con un lorito; aunque medio mariguano el cabrón. Al instante se le olvida, o cuando parece tener luces de memoria, se me queda dormida y regresamos al inicio. ¡Son chingaderas pues! Y ante sus desplantes, prefiero platicar sola, conmigo misma; aunque parezca yo zurumba de la cabeza.

Me paro frente al espejo y le digo mis cosas; fíjate vos, si tú la del espejo, que ya no aguanto más; siento la espalda partida en dos de tanto trabajar, que de mesera, de chacha, barriendo calles, en la maquila, haciendo aseo en alguna oficina, le digo que me hace mucha falta el Morraludo, el único cabrón del que he tenido un hijo, y que también extraño a mi bebé, aunque ya no esté más conmigo, aunque sólo hayan sido unos días que lo tuve en mis brazos y lo amamanté, luego se me murió, los matasanos no le hallaron qué tenía, pero se me hace que fue porque no tenía ni para las tortillas, mucho menos pa medicamentos de los que pedían y yo ahí tirada en una sucia cama de hospital público, y mi Morraludo camino al norte; le digo que me hace mucha falta mi mamá, que hoy hace diez años que se me murió y que esta vela que prendí es por ella; que desde que nos abandonó mi papá siento una tristeza aquí adentro que me tumba en la cama por días, me dobla como si fuera yo de papel, saber qué puta será, pero se siente muy fiero; le digo llorando que no sé nada de mis hermanos, si lograron pasar pal otro lado o si uno ya dejó el trago o el otro ya no fuma esa chingadera. La soledad me queda, un dolor tan grande que no sé cómo nombrarlo, como decirlo pa que éste pinche espejo me dé alguna luz, algún rastro de felicidad pué, como el espejo ese de la bruja esa del cuento ese. Todo lo que me muestra es el costurón en mi vientre de esa cesárea, las quemaduras de cigarro en mis chichis, un moretón en mi costilla, los rayones del alambre que tengo qué atravesar pa ir por la leña.

Ya luego mi tía me devuelve a la tierra firme. –Oí chulita, bonita te ves ahí hablando sola como turulata, “buscá” oficio y “dejate” de chingaderas– –Oí chulita, ya no le vayas a “tené” otro hijo a cualquier morraletudo jodido, te lo digo porque no son buena semilla, comiendo tortilla tiesa y frijol agrio, ¡qué “juerzas” va a tener su semilla pué!; te lo digo porque cocha come pollito ya no se le quita, no es de “andá” dando el trastecito con cualquiera– –Oí chulita, tenés nombre igualito a esa pandilla fiera de gente salvadoreña–

A estas alturas he aprendido a ignorar a mi tía cuando se pone a decir sus pendejadas. Lo dice sin pensar, a lo mejor la enfermedad, la poca comida o algún golpe en su cabeza la pusieron así. Pobrecita. Las vecinas me dicen que soy una pendeja por hacerme cargo de ella. Que la lleve a un asilo o a recluirla en alguna clínica donde atienden a los chifladitos. Pero hasta pa eso se necesita paga. Y yo apenas tengo pa comer, pagar la renta. Pero a lo mejor tienen razón, soy una pendeja. Tanto daño que le hizo a mi madre esta vieja, porque no la querían pa mujer de mi papá; luego cuando estaba muy chamaca, de unos cinco o seis años, según me enseñaba a hacer tortillas y cuando la masa se me rompía o se deshacía en el comal, me tomaba las manos y abiertas las palmas contra el comal, me las quemaba; sufría mucho cuando lo hacía, porque toda llagada no podía ni comer ni bañarme ni hacer nada. Pero lo hacía, trabajaba, con las manos sangradas y embombadas. Mi madre tirada en cama por los partos, sólo tres de ocho de sus hijos sobrevivimos; dos hombres y yo, que tuve la desgracia de ser mujer; así lo decía mi padre. Y en todo momento, las tías y primos no dudaban en tratarme como pendeja, de gritarme en la cara lo pendeja que era cuando soltaba la cubeta de agua porque no la aguantaba o porque al barrer se me quedaba alguna basurita por ahí regada. Pero la vez que más me dolió fue cuando en tercer grado de primaria, mis calificaciones iban muy bien y gané un concurso regional de aprovechamiento académico: entonces el maestro llamó a mi madre y le dijo que yo tenía potencial. Que velara por mi alimentación, que le bajara al ritmo de trabajo para destinarle un poco más de tiempo a las tareas escolares o a leer algún libro. Y yo recuerdo que le dije, mamita, yo quiero ser doctora, pa curarte ese tu dolor de estómago que no se te quita desde hace muchos años. Lo oyó mi padre, que para variar llegaba bolo y aventando todo, sillas, mesas, trastes, sus herramientas de trabajo, hasta el chucho y los cochis salían volando, y se tiró una carcajada larga y sonora, cruel. Y me dijo atascado de la risa: –¡Estate sosiega condenada chamaquita, no “sabés” ni hacer una tortilla, qué doctora ni qué la chingada, si sos bien pendeja!– Y de todo eso estaba enterada esta mi tía; y nada hizo, y nada dijo. Pero no me da el corazón pa abandonarla. Quizá ella conmigo sí lo hubiera hecho estando en sus cinco sentidos.

Y a los doce años, un viejo que echaba trago con mi papá en el velorio de mi amá, ya estando bolo me jaloteó (porque su esposa se había muerto hacía años y necesitaba el angelito urgentemente carnita tierna); entonces me llevó atrás de la casa, entre la palazón de mango, jocote y nanchi y me violó. Intenté gritar con todas mis fuerzas, pero la voz no me salía; había llorado tanto que pensé que no necesitaría más las lágrimas. Y pensándolo bien, esa noche mi padre sabía lo que pasaría, y tampoco hizo nada.

Pienso en la niña que fui a los ocho años, en tercer grado de primaria, cuando me colgaron esa medalla de latón (que decían era de oro pué, de primer lugar de aprovechamiento) y fui realmente feliz. Y el rostro de mi madre, iluminado de alegría y esperanza en un futuro mejor, lejos de los lavaderos y los campos de caña, de los cafetales inmensos donde dejaba su vida por unas monedas. Pienso en esa niña al verme en los espejos de los baños que debo limpiar antes que lleguen los patrones. Pienso en esa niña cuando descubro que algún tipo cascabeludo no me quería, que sólo se trataba de coger y ya. Pienso en esa niña cuando camino de regreso de la chamba al cuarto maloliente en el que vivo con la tía Angustias. Pienso en esa niña cuando a veces me da por llorar, o me pega la tristeza y me tumba a la cama por horas o días. Pienso en ella y la llamo desde el fondo de mi memoria; Mara, regresa… –Oí vos chulita, tenés nombre de esa pandilla fiera…–

–Esta mi tía, no se cansa de joder. Chingada madre. Fiero su modo.



Texto incluido en la I Antología de la AET, Pág. 125 - 129.
Asociación de Escritores de Tapachula, A. C.
Abril de 2018.



Comentarios

  1. Te pone por unos instantes en la piel de Mara!!!! Esto es lo mágico de un buen escrito. Gracias Ney!!!!

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