La lectura como tabla de salvación

La lectura como tabla de salvación
Ney Antonio Salinas

 

Dentro de veinte años morirán las nieves eternas del Kilimanjaro.

Me pregunto qué habría dicho Hemingway de haber podido enterarse

de esto que ahora nosotros sabemos, es decir, de haberse enterado de que

después de Dios será la muerte la que muera.

 

PARÍS NO SE ACABA NUNCA

Enrique Vila-Matas

 

Mientras releo por tercera vez la monumental novela “La broma infinita” del genial David Foster Wallace, y está por salir de la cafetera el precioso líquido espirituoso, hago una pausa para paladear, degustar lo que he leído, y no solamente me refiero a la novela en mención, sino a todos los libros que he tenido oportunidad de leer. Y algo me queda muy claro: que una sola vida no bastará para poder leer todo lo que quiero leer. Pero por encima de todo análisis, vienen a mi mente diversos y primeros recuerdos que me acercaron a la lectura. Por ejemplo, la importancia y el cuidado con el que mi padre limpiaba y reacomodaba cada cierto tiempo sus libros. La importancia que les daba a esos objetos de papel desde mi perspectiva de niño de cuatro años me tenía sumamente intrigado. Los libros tomaron para mí, un cariz sagrado.

            Creo firmemente que el gusto por las letras y los números me vienen de mis padres; los números me fueron develados por mi madre, fue ella la responsable de que antes de egresar del kínder yo ya supiera leer y escribir, sumar y restar. Lo que voy a agradecerle siempre. Entonces había ya leído todos mis libros de texto gratuitos que nos facilitaba el sistema educativo, pero llegué a un momento en el que eso no bastaba y me decidí a tomar uno de esos gruesos volúmenes que mi padre atesoraba. Se trataba de la novela “La isla misteriosa” de Julio Verne editado por Porrúa. Tenía ocho años y había ya entrado a un viaje sinfín. Luego llegaron Salgari y Dumas, y esto no tuvo vuelta atrás. Enciclopedias, atlas, diccionarios, mapas, cartas geográficas, guías de estudio; todo lo absorbía, todo lo devoraba.

            El punto es que mi vida no sería plena si no hubiera libros en ella. Algo faltaría, algo no encajaría con tanto mundo en potencia sin poder captar o expresarlo. Los libros son puertas que nos conducen a otros mundos, expanden el radio de visión del lector, sensibilizan la conciencia de quien lee, contribuyen a estructurar ideas y pensamiento; en pocas palabras, los libros pueden cambiar la vida de una persona. Y personalmente creo, que también pueden cambiar al mundo. Pero no debemos ser inocentes o ingenuos, para que ese poder de los libros sea manifestado, deben haber lectores. Lectores, que en el viaje de la vida son ciudadanos, trabajadores, contribuyentes, personas que en algún momento debieran pasar a la acción con la conciencia plena, la conciencia del dolor del otro, la conciencia de las tragedias pasadas y presentes que se pueden evitar a un nivel global. Pero hay que estar atentos a lo que Roberto Bolaño nos señala en su obra maestra, la novela “Estrella distante”, en la que plantea que no todo lo que tiene que ver con cultura, arte y conocimiento implica necesariamente el bien.

            ¿Qué ha fallado entonces en nuestro país para que el grueso de la población no lea, para que no le tenga el menor aprecio al libro como en otras sociedades y tiempos? Incluso es visible una fuerte aversión y rechazo a los libros. Indiferencia, en el menor de los casos. Y también la proliferación de libros de autoayuda, esoterismo, recetas fáciles para ser millonario, recetarios infalibles para lograr la felicidad o la santidad, sagas triviales y vacías que dicen muy poco; todo lo que podríamos llamar literatura chatarra. ¿Pero quién tiene la autoridad moral, intelectual y literaria para definir qué libros son los buenos y cuáles los malos? Desde mi perspectiva personal, todo libro que te enganche a la palabra, al lenguaje, al hambre de querer saber más, al disfrute, es bueno. Un libro te llevará al otro, dicen los bibliófilos.

            En México existe la figura del “promotor de lectura” financiada desde el gobierno, muchos de los casos son autogestivos o independientes. Y pienso que ésta figura debe ser reforzada, porque sin ser ingenuos, en ella reside una gran responsabilidad para mejorar los actuales entornos de violencia y marginación en casi todas las ciudades del país. Acercarse a la lectura por placer y por amor a los libros debería ser la mejor vía, y ésta sólo podría darse a través de la estratégica promoción de la lectura. Es una batalla que se advierte perdida ante la era digital, pero que se deben adaptar y adoptar estas herramientas para el logro de los mayores objetivos posibles, realistas y alcanzables. ¿Cómo medimos eso?

            Por otro lado, desde mi experiencia personal, el acercamiento a la lectura es una decisión personal, independientemente de la edad, condiciones socioeconómicas y geográficas. Así como lo es la sana alimentación, los hábitos de higiene y limpieza, los modales, se inculcan por el ejemplo, pero finalmente también son decisiones de carácter personal. Yo nací y crecí en un ambiente rural, a contracorriente, con muchas desventajas, como muchos otros de mi edad, pero siempre me las ingenié para acercarme a los libros y a las personas que tenían la palabra como instrumento para reconstruir el mundo y el tiempo. En estos momentos no existe ningún pretexto de ningún tipo para no poder leer; la red nos acerca mundos, nos permite viajar sin movernos de casa, aprender, y a costos muy bajos. No existe lugar del planeta desde donde no se pueda tener acceso a información, libros, conocimiento. Ningún pretexto de clase, condición, geográfico caben para nada,

            Elegir los libros por amor a la lectura, no implica que tengamos que volvernos voraces consumidores de “lo que caiga”; el tiempo va formando el gusto del lector hasta volverlo gourmet. Leer un libro siempre nos dejará más cosas buenas que malas, haciendo las sumas y las restas, siempre habrá beneficios en la lectura y ése debiera ser el mejor incentivo. Lo demás, llegará por añadidura.

            Si se me pregunta qué vicios tengo, diría que dos; el café y los libros. Dos elementos que jamás faltan en mi entorno. Justo al servir mi enésima taza de café en estos momentos, paso la última hoja de la novela de Wallace, con nuevos mundos dentro de mí, nuevas maravillas y horrores que no deben olvidarse jamás.

            Los libros me han salvado muchas veces de mi vida, en diversas etapas en las que no encajo en el mundo. Son las extensiones de la mente del escritor, como decía Borges; la única herramienta que proviene directamente de la creación. Cada libro llega en la etapa adecuada a decirnos algo. A lo que debemos estar atentos y saber discernir ante lo leído y aprendido. Pero sin duda alguna, en éste mundo convulso casi siempre al borde del naufragio, la lectura siempre será la mejor tabla de salvación.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Soledades concurridas | Reseña de Karen Liliana Pérez | Novela de Ney Antonio Salinas.

La hija del sol

Fragmentaciones