Hoja #50 - Las hojas de todos los otoños imposibles
Hoja # 50
Las hojas y ramas secas;
atesoro todas las hojas que la
estación ha traído a mi puerta;
están en todos lados, debajo de mi
cama, sobre la mesa,
en las gavetas de mi escritorio y
sobre mis papeles y libros,
el piso todo tiene tu alfombra de
años y hojas.
En las calles vagabundea la
soledad;
el vendaval arremolina hojas,
basura, palabras en desuso, polvo
y dispersa toda la nostalgia que
llegó desde el equinoccio
entre los nadie que caminan en las
aceras, en los templos y en los malls.
Y las soledades van creciendo hasta
henchirse en ciudad,
en viento que todo lo seca y todo
lo marchita.
No puedo más con el dolor que
corroe todas mis edades, mis mares inexplorados,
las deshoras de mi vida y sus
noches de tormenta en las que llueve
la poesía más desesperada, esas
palabras que no he podido decir
para gritar tu nombre, para
esparcir una pizca de épica en los campos desolados
por los que repta la vida, la
muerte, la violencia idiota
en la que se sustenta ésta
barbarie.
Mi corazón de perro abandonado te
aúlla, te llora mares y océanos,
y no cabe tanta noche, tanta hambre
de ti, tanta sed de belleza
en los jardines y plazas de una
ciudad que agoniza.
Traigo tanta palabra atorada en el
lenguaje,
tengo repletos todos mis cuadernos
de la soledad más dolorosa,
tengo una luna para colgar en los
cielos de tu mirada,
tengo un país en la memoria donde
no existe el dolor
ni la maldad ni los amaneceres
anticipados de inicios de milenio.
Las soledades concurridas;
deambulo por las calles en busca de
algún rastro tuyo,
de algún indicio de tus solsticios
y tus cantos de sirena:
la ciudad me engulle en silencio,
sin remedio, sin compasión
y me adentro al vacío junto a las
multitudes de nadie
con mis cómos y mis cuándos y mis dóndes
al hombro.
Estás de súbito en la lluvia
que me acorrala en el centro de la
soledad,
en algún café, donde intento
escribir tu nombre en mis cuadernos.
Estás en el frío de la tarde
que anuncia la cercanía del
invierno y sus oquedades.
Estás en el fuego tierno de la vela
de manzana
que ilumina ante la ciudad el
cuaderno ajado sobre la mesa,
en el humo que asciende de mi taza
de café
para mezclarse con el humo del
tabaco y el tiempo y el recuerdo.
Estás en éste dolor salvaje que se
agolpa a mi costado izquierdo,
en la brisa marina que desciende de
mis ojos que te gritan,
en las hojas secas que lo llenan
todo, con tu nombre escrito en sus enveses,
en el bramido de la cafetera que
lagrimea tu esencia en mi enésima taza,
en las miradas de los nadie que
observan la ciudad desde sus mesas
y que con su aire cómplice de la
tarde me confirman como un nadie más,
vacío de ti, ebrio de ti, ausente
de ti, desterrado de ti, muerto de ti.
Y vuelvo a las calles;
esas calles que llegan muy lejos,
pero nunca llegan a ti,
siquiera a las cercanías de tu
dorado Olimpo,
que se adentran al olvido y a la
nostalgia y al dolor.
La ciudad más triste del mundo;
arde bajo el sol de todo el año,
hasta rabiar, hasta dar rabia,
me encoleriza tanto como para
derribarla a martillazos o dinamitarla
hasta borrar tanta mezquindad, toda
la soledad insostenible
que se amontona en las esquinas;
hacer el hallazgo de mí como un
alguien, entre los escombros,
debajo de toda la poesía que no he
podido escribir:
gritarles a todas las sombras que
pasan que dejemos de ser nadie
y reconstruyamos otra ciudad donde
por fin y principio puedas llegar
y quedarte y florecer:
pero soy yo el que cae siempre,
herido de muerte, en el seno de la noche.
atacado a dentelladas y sablazos
por los esbirros del fin del mundo
hasta desangrarme, hasta vaciarme
de palabras y de amaneceres,
de todos los cantos que me
enseñaron mis abuelas y mis tías,
hasta saturar de ruinas y ruindades
las luces que anuncian el día.
De las hojas perdidas:
mis cuadernos quemados, mis otoños
idos, mis letras en abandono;
toda la literatura que ha quedado
en el olvido
y sigue doliendo, desde la oquedad,
desde el tiempo perdido
en el día a día, a cada instante,
en la esencia de la obra proustiana,
en el olvido más insensato, en el
final de una tarde del año 1979,
en la sal y el limón que debieron
aderezar un buen tequila
y que terminan untados siempre en
las heridas
y en la lírica de algún blues de Real de Catorce
que resuena en todas mis deshoras y
en todas mis ciudades,
hasta llegar a los rincones más
sucios y viles
donde se ejercita el crimen, el
olvido y el dolor.
Los libros que nos separan;
los viajes que nos reúnen, a media
luz, a la mitad de alguna calle
desde el azul de un sueño que me despierta
en plena madrugada,
un café al aire libre, el cielo de
París, volverte a ver, renacer
y la plus belle avenue du monde
no cesa jamás,
se adentra en la jungla o en el
desierto:
y te leo, amoroso, loco y salvaje,
sentado en un camellón reseco
de la Avenida Central de Tuxtla
Gutiérrez, sin más remedio que el infierno y la epopeya
de tu ausencia.
Mi costal de hojas secas:
traigo el otoño siempre al hombro;
la memoria continuamente abrirá
campos inexplorados e inmensos
para posar con su brisa esa tu
alfombra de hojas y tiempos
la erosión de mis columnas y
almenas, el pedrusco que soy;
el bosque canadiense donde nos
vimos por vez primera,
el trago de pulque compartido
aquella noche de blues y utopías:
otras heridas vendrán, otras
deshoras y tu otoño perfecto
al que no se llega sin sufrir las
consecuencias ni descubrir sus delicias
ni padecer sus propias demencias.
Al final de la estación;
un tren sin mando se interna en la
nostalgia.
Al final de la estación;
queda tu nombre, las hojas se van.
Al final de la estación;
la ciudad persiste y se apagan las
sombras del tiempo.
Al final de la estación;
he armado mis cuadernos con tus
hojas doradas.
Al final de la estación;
todos los silencios prosperan con
su propia voz y con su propio dolor.
Al final de la estación;
el frío ha escapado de sus
prisiones y te espero
siempre en la misma deshora del
mundo
para redescubrir el fuego.
Hoja # 50
Poema que forma
parte del poemario Las hojas de todos los
otoños imposibles.
Poema publicado en la versión digital de la revista literaria Poetómanos de Nayarit, México, el día 03/03/2020



Las hojas y las flores que en la Primavera nos vistieron, el Otoño nos desviste de ello, nos prepara para ese abrazo invernal que le seguirá... Malditas navidades!
ResponderEliminarUn abrazo de Otoño mi buen Ney, estamos en el Camino!
¡En el camino siempre, zenzei Abimelek!
EliminarExcelente amigo 👍
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