Hoja #50 - Las hojas de todos los otoños imposibles

 Hoja # 50

Ney Antonio Salinas

 


Las hojas y ramas secas;

atesoro todas las hojas que la estación ha traído a mi puerta;

están en todos lados, debajo de mi cama, sobre la mesa,

en las gavetas de mi escritorio y sobre mis papeles y libros,

el piso todo tiene tu alfombra de años y hojas.

En las calles vagabundea la soledad;

el vendaval arremolina hojas, basura, palabras en desuso, polvo

y dispersa toda la nostalgia que llegó desde el equinoccio

entre los nadie que caminan en las aceras, en los templos y en los malls.

Y las soledades van creciendo hasta henchirse en ciudad,

en viento que todo lo seca y todo lo marchita.

No puedo más con el dolor que corroe todas mis edades, mis mares inexplorados,

las deshoras de mi vida y sus noches de tormenta en las que llueve

la poesía más desesperada, esas palabras que no he podido decir

para gritar tu nombre, para esparcir una pizca de épica en los campos desolados

por los que repta la vida, la muerte, la violencia idiota

en la que se sustenta ésta barbarie.

Mi corazón de perro abandonado te aúlla, te llora mares y océanos,

y no cabe tanta noche, tanta hambre de ti, tanta sed de belleza

en los jardines y plazas de una ciudad que agoniza.

Traigo tanta palabra atorada en el lenguaje,

tengo repletos todos mis cuadernos de la soledad más dolorosa,

tengo una luna para colgar en los cielos de tu mirada,

tengo un país en la memoria donde no existe el dolor

ni la maldad ni los amaneceres anticipados de inicios de milenio.

Las soledades concurridas;

deambulo por las calles en busca de algún rastro tuyo,

de algún indicio de tus solsticios y tus cantos de sirena:

la ciudad me engulle en silencio, sin remedio, sin compasión

y me adentro al vacío junto a las multitudes de nadie

con mis cómos y mis cuándos y mis dóndes al hombro.

Estás de súbito en la lluvia

que me acorrala en el centro de la soledad,

en algún café, donde intento escribir tu nombre en mis cuadernos.

Estás en el frío de la tarde

que anuncia la cercanía del invierno y sus oquedades.

Estás en el fuego tierno de la vela de manzana

que ilumina ante la ciudad el cuaderno ajado sobre la mesa,

en el humo que asciende de mi taza de café

para mezclarse con el humo del tabaco y el tiempo y el recuerdo.

Estás en éste dolor salvaje que se agolpa a mi costado izquierdo,

en la brisa marina que desciende de mis ojos que te gritan,

en las hojas secas que lo llenan todo, con tu nombre escrito en sus enveses,

en el bramido de la cafetera que lagrimea tu esencia en mi enésima taza,

en las miradas de los nadie que observan la ciudad desde sus mesas

y que con su aire cómplice de la tarde me confirman como un nadie más,

vacío de ti, ebrio de ti, ausente de ti, desterrado de ti, muerto de ti.

Y vuelvo a las calles;

esas calles que llegan muy lejos, pero nunca llegan a ti,

siquiera a las cercanías de tu dorado Olimpo,

que se adentran al olvido y a la nostalgia y al dolor.

La ciudad más triste del mundo;

arde bajo el sol de todo el año, hasta rabiar, hasta dar rabia,

me encoleriza tanto como para derribarla a martillazos o dinamitarla

hasta borrar tanta mezquindad, toda la soledad insostenible

que se amontona en las esquinas;

hacer el hallazgo de mí como un alguien, entre los escombros,

debajo de toda la poesía que no he podido escribir:

gritarles a todas las sombras que pasan que dejemos de ser nadie

y reconstruyamos otra ciudad donde por fin y principio puedas llegar

y quedarte y florecer:

pero soy yo el que cae siempre, herido de muerte, en el seno de la noche.

atacado a dentelladas y sablazos por los esbirros del fin del mundo

hasta desangrarme, hasta vaciarme de palabras y de amaneceres,

de todos los cantos que me enseñaron mis abuelas y mis tías,

hasta saturar de ruinas y ruindades las luces que anuncian el día.

De las hojas perdidas:

mis cuadernos quemados, mis otoños idos, mis letras en abandono;

toda la literatura que ha quedado en el olvido

y sigue doliendo, desde la oquedad, desde el tiempo perdido

en el día a día, a cada instante, en la esencia de la obra proustiana,

en el olvido más insensato, en el final de una tarde del año 1979,

en la sal y el limón que debieron aderezar un buen tequila

y que terminan untados siempre en las heridas

y en la lírica de algún blues de Real de Catorce

que resuena en todas mis deshoras y en todas mis ciudades,

hasta llegar a los rincones más sucios y viles

donde se ejercita el crimen, el olvido y el dolor.

Los libros que nos separan;

los viajes que nos reúnen, a media luz, a la mitad de alguna calle

desde el azul de un sueño que me despierta en plena madrugada,

un café al aire libre, el cielo de París, volverte a ver, renacer

y la plus belle avenue du monde no cesa jamás,

se adentra en la jungla o en el desierto:

y te leo, amoroso, loco y salvaje, sentado en un camellón reseco

de la Avenida Central de Tuxtla Gutiérrez, sin más remedio que el infierno y la epopeya

de tu ausencia.

Mi costal de hojas secas:

traigo el otoño siempre al hombro;

la memoria continuamente abrirá campos inexplorados e inmensos

para posar con su brisa esa tu alfombra de hojas y tiempos

la erosión de mis columnas y almenas, el pedrusco que soy;

el bosque canadiense donde nos vimos por vez primera,

el trago de pulque compartido aquella noche de blues y utopías:

otras heridas vendrán, otras deshoras y tu otoño perfecto

al que no se llega sin sufrir las consecuencias ni descubrir sus delicias

ni padecer sus propias demencias.

Al final de la estación;

un tren sin mando se interna en la nostalgia.

Al final de la estación;

queda tu nombre, las hojas se van.

Al final de la estación;

la ciudad persiste y se apagan las sombras del tiempo.

Al final de la estación;

he armado mis cuadernos con tus hojas doradas.

Al final de la estación;

todos los silencios prosperan con su propia voz y con su propio dolor.

Al final de la estación;

el frío ha escapado de sus prisiones y te espero

siempre en la misma deshora del mundo

para redescubrir el fuego.

 

  

 

Hoja # 50

Poema que forma parte del poemario Las hojas de todos los otoños imposibles.


Poema publicado en la versión digital de la revista literaria Poetómanos de Nayarit, México, el día 03/03/2020



Comentarios

  1. Las hojas y las flores que en la Primavera nos vistieron, el Otoño nos desviste de ello, nos prepara para ese abrazo invernal que le seguirá... Malditas navidades!
    Un abrazo de Otoño mi buen Ney, estamos en el Camino!

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  2. Excelente amigo 👍

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