Apuntes sobre Venablos de ira de Ney Antonio Salinas.

Apuntes sobre Venablos de ira de Ney Antonio Salinas

Por César Trujillo

 

1. La novela Venablos de la ira (Pinos Alados Ediciones, 2023) que hoy nos convoca está dividida en tres partes, aunque en la antesala de la primera se encuentra, a manera de prefacio, el apartado “Algunas calles”, específicamente de Tuxtla Gutiérrez. Y al final, “La entrevista con el poeta”. Todo comienza, en efecto, con algunas calles antes del viaje como emulación a Ulises despidiendo Ítaca. Ahí, con un verbo intransitivo, que es piedra de toque de la novela, arranca la narración. “Caminar”, dice al autor. De poniente a oriente. Caminar. Nombrar espacios vigentes y evocar otros que son simple recuerdo de aquel Tuxtla que es y fue, como el Hotel Humberto y sus años de apogeo a mediados del siglo XX, o el antiguo Biocafé (hoy BioMaya) en las inmediaciones del Centro Cultural de Chiapas Jaime Sabines, en el Cinco de Mayo. Caminar para ver, para dar pauta al narrador omnisciente de mirar a profundidad su entorno, de mostrar al lector que ha desandado esas calles, y marcar que el personaje camina como despedida haciendo énfasis en ciertos espacios que cobijan la nostalgia. Caminar, como nos enseñó Heródoto, para registrar la historia y contarla bajo nuestra óptica.

             Como toda novela negra, género al que pertenecen las dos novelas anteriores del escritor chiapaneco Ney Antonio Salinas (Sombras de la avenida y Sino de Lestrigón), el modus operandi de esta es un homicidio, pero no uno cocinado al vapor del impulso o de manera accidental. Se trata de un crimen planeado y construido. Crimen en el que se busca incrustar la frustración, el odio y la ira contenida que va regando en cada página, por instantes, aquel que camina e invoca espacios, para viajar a la ciudad colonial, en su contra.

 

2. La primera parte está dividida en fragmentos. En cada división, donde los personajes van definiendo sus historias y trazando su caminar, Ney Antonio Salinas hace uso del símbolo irracional PI al que coloca una diagonal invertida y nuevamente acomoda otro símbolo PI. Me explico: dicho número tiene correspondencia con la letra P del alfabeto y, tomada del griego, significa periferia. No está demás decir que el término fue empleado por primera vez por el matemático británico William Oughtred y que, conociendo a Ney Antonio Salinas, el uso de este símbolo es justamente para remarcar ese espacio que cohabitan los marginales, los desprotegidos, los sin voz, o simplemente aquellos que cargan la mochila al hombro para tratar de sobrevivir día a día. Es aquí donde se muestran los derroteros del protagonista y los fantasmas que persiguen y fustigan a los personajes secundarios. Aquí se consolidan imágenes que acompañan a cada personaje y los van codificando para construirlos al margen de las miserias y sin sabores que aparecen a lo largo de la novela.

 3. La segunda parte está divida en cuatro apartados con números arábigos. Ahí está el desarrollo del crimen de Delmiro, un hombre sin escrúpulos y con la ambición mordiéndole las manos. Un hombre que es un animal hambriento de dinero, sediento de tener más. Uno que traza un plan sumamente perverso para inculpar a Orestes Alfaro, nombre ligado a la historia griega como hijo de Agamenón y que, considero, son guiños que siempre lanza el autor a los autores clásicos. Orestes al que la literatura nos muestra como salvado y que lega su historia al otro Orestes, al de la novela. El plan trazado es perfecto: buscan que quien escribe (desde el dolor y la ira) sea mostrado y exhibido como un asesino. No cualquier asesino, sino el de su hermano. Un presunto fratricida que rompe la rueda de tuerca de la familia. Ahí los personajes se muestran al lector transparentes y la esencia de la novela negra da pauta al ingenio de Ney Antonio Salinas para mostrar que conoce la historia local de Tuxtla Gutiérrez, pero también la de otros municipios y que, por ello, evoca las calles y espacios significativos de San Cristóbal de las Casas, pero también de Tiltepec, en Jiquipilas, de donde es oriundo y cuya nostalgia lo alcanza, al mismo tiempo que cita a algunos autores o hace referencias de estos. Ahí también se desgrana Ledesma, cuyo honor es base angular de su vida y formación; la esposa de Ricardo, el señor Alfaro y un largo etcétera de espectros que pululan la novela, y que permiten ir tejiendo un enramado de acciones que guían a la tragedia misma. Ahí, en esa segunda parte, descansan el desarrollo y su clímax dejándonos con las uñas más cortas que antes.

 4. La tercer parte son Ledesma y sus delirios, sus apuntes, su ir y venir de la memoria que lo avienta al pasado y lo estrella al presente, su formación académica militar, su manipulación mental, la estructura de un pensamiento fuera de lo normal que se adelanta y que dibuja instantes, o prevé lecturas como premociones. Un cuaderno que es su historia, sus saltos en el tiempo, sus confesiones y el crisol de miedos e incertidumbres. Un hombre preparado y astuto. Un hombre con una forma de pensar el tiempo y cuya mentalidad nos evoca al modo de actuar de los detectives. Las confesiones que lo atiborran, que lo bombardean, que lo colocan en otro tenor. Ledesma, tres sílabas, un héroe que no busca serlo. Un hombre cuyos principios lo llevaron al túnel donde pocos salen y cuyo apellido forma parte, en la vida real, de una de las familias más prominentes y poderosas de Argentina.

 5. En “La entrevista con el poeta” se da la confesión. Se revela la verdad que le carcome los ojos a quien la escucha. Es una punta de cincel rompiendo la dura verdad. La salvación de Orestes es una emulación a la salvación que ya conocemos en la tragedia griega. El rescate de las garras de una muerte segura. El sacarlo del espacio para que no lo bese la culpa del otro, para que no lo conviertan en despojo humano y el escrutinio social no le arranque las vestiduras. El título, en sí, nos remite a la redención que el escritor hace de la poesía, la forma en cómo se mira con el alma. Su cierre nos remite también al verbo caminar. El poeta camina las ciudades, las calles. El poeta mira y desde su mirada reescribe, en efecto, la historia, la cuenta, le da un ritmo y una cadencia, le impone su propia música y cuenta, como Heródoto, lo que acontece.

 “Escribe poesía, cabrón”, dicta Ledesma, y es la voz interior de Ney Antonio, del que escribe, del que alguna vez, hace tiempo, dejó los versos guardados en alguna libreta, para dar paso a otro modo de contar y reescribir su propia historia quien habla, quien sentencia desde las palabras que vuelan como proyectiles, como venablos en el tiempo.

 NOTA: Texto leído en la presentación de la novela “Venablos de ira” el día 04 de Octubre de 2023, en el marco de la X FIL UNACH 2023.




 

 

 


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